El 29 de agosto de 2003, en un edificio diseñado para que murieran todos los presentes ante la primera chispita, se realizaba la presentación de _Sobredosis Pop_, un libro que había sido vendido de antemano cuando los creadores de Kickstarter todavía iban al liceo.
Un grupito de gente, todos conocidos míos o de mi familia, se reunieron en el local de Pachamama en la Plaza Independencia, sótano que nunca se convirtió en trampa mortal de fuego por algún milagro del universo. La excusa era el lanzamiento de mi primer libro de cuentos, que se venía gestando desde hacía varios años.
Empecé a escribir _en serio_ poco antes de la mayoría de edad, y cuando llegué a una _masa crítica_ armé una carpetita que iba circulando entre mis pequeños círculos de referencia, que me daban suficiente _feedback_ positivo como para seguir haciéndolo. Además, hay que decirlo, me gustaba cómo me quedaban.
Con el paso del tiempo, los cuentos se siguieron sumando hasta superar la centena y se volvía engorroso volver a imprimirlos, llevarlos hasta una papelería y encuadernarlos con rulo. Era hora de conseguir algún intermediario y dejar que fueran los lectores y las lectoras los que hicieran el esfuerzo. Claro que en un país que acababa de ser sacudido por una crisis enorme no sería tarea sencilla.
El panorama editorial distaba muchísimo del actual, con autores de generaciones pretéritas que seguían siendo los "uruguayos del momento". Sin mucha intención parricida, más allá de que no lograba conectar con ellos, golpeé las pocas puertas existentes, con miedo al rechazo por el lenguaje soez y vulgar de aquellos textos.
Finalmente terminé encontrándome con la editorial Cauce, que me ofreció un formato híbrido (pagar la impresión y que ellos se encargaran de la distribución). Aproveché que trabajaba en una imprenta y podía pagar el trabajo en cómodas cuotas de mi salario. A ambas empresas les estaré eternamente agradecido.
Sin embargo, ante la posibilidad de trabajar gratis durante varios meses, encabecé una agresiva campaña de preventa. Agresiva para mis estándares, ya que comparado con un estudiante de Arquitectura yo era un cachorrito chillando para que le rellenaran el plato de comida. Recuerden que no existían redes sociales ni blogs; las comunidades me eran ajenas (igual que hoy) excepto una lista de correo de hinchas de Defensor que periódicamente nos juntábamos a comer asado.
A la hora de armar el libro, aproveché los conocimientos adquiridos en el trabajo, ya que mi puesto era en el área de fotomecánica digital, lo que me obligaba a conocer _más o menos_ todos los programas de diseño que se utilizaran, incluyendo el _Freehand_ de Macromedia y el _QuarXPress_. Pero básicamente usé el CorelDraw para la tapa y el Adobe PageMaker para el interior.
Acerca de la tapa, como era el esfuerzo de un solo hombre(cito), utilicé una fotografía en la que aparezco rezándole a un televisor, y que en esta entrada incluyo en su versión original a color. Por supuesto que la foto la saqué yo, programando un _timer_ y corriendo a arrodillarme como un boludo para cada toma. Hice pruebas de remera y de canguro. Supongo que el canguro me daba un aspecto de monje, además de sumar un poco de volumen.
Desparramé objetos _pop_ en un rincón de mi dormitorio, para dar esa idea de _sobredosis_, título que surgió como devolución de los textos por parte de uno de los lectores. La canalera originalmente estaba en el canal 25 (ESPN), por alguna extraña razón, pero gracias a Photoshop lo cambié al canal 37, que en aquella época era Plus Satelital. De nuevo, lo bizarro.
También le agregué el brillo a la vela, modifiqué imágenes de la pared de corcho de mi cuarto (incluyendo una foto del velorio a cajón abierto de Roberto Galán) y colé la frase que Jack Torrance tipeaba una y otra vez en su máquina de escribir. En la contratapa incluí un dibujo mío, porque todavía no había abandonado del todo aquella práctica. Y también jugué con el _timer_ para sacarme la foto de la solapa, que después transformé en una carta de los Superamigos. La otra prueba no sé si la había visto alguien, jamás.
Volviendo a la presentación, el evento serviría a la vez de encuentro con amigos y familiares, y de entrega de los libros que muchos habían comprado de antemano. Preparé una serie de imágenes bizarras para proyectar de fondo, porque en esos tiempos era más adepto a esa clase de iconografía. Creo que leí algunos cuentos, pero no estoy seguro, y entregué los libros. Todo con un aspecto bastante desgarbado, algo que no me hacía gracia pero que por el mismo milagro que nunca incendió Pachamama no me traumó tanto. Y siempre con la mochila puesta.
Desde entonces pasaron muchísimas cosas. Hace diez años, por ejemplo, un texto parecido a este fue publicado en la página _Multiverseros_, que mantuvimos durante un tiempo con amigos y que terminó siendo fundamental para que hoy esté trabajando en periodismo cultural. Hace diez años mi blog había muerto y desde hace un año y pico tuvo una resurrección, con cambio de nombre y todo, para aunar criterios y también porque _Hijo de Chuck Norris_ era parte de la bizarrada que comentaba más arriba.
En el medio estuvo la televisión, la radio (que hace diez años estaba tan lejana y hace cinco que está presente) y una sucesión de libros de cuentos, la novela, la novela gráfica y una antología realizada junto a algunos de los mejores talentos de la región. Si no nos extinguimos, espero que la historia ponga a Los Informantes en el lugar que se merece. Con agarrada de huevos y todo.
Actualmente estoy ajustando los últimos detalles del nuevo libro, que estará en librerías en octubre. Como recompensa para las personas que llegaron hasta acá, va el boceto de la tapa, que Gustavo Sala convirtió en una obra de arte, pero tengo que dejar alguna revelación para las próximas semanas.
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