domingo, 20 de marzo de 2022

Mientras escribo (2022)

¿Se pierde la calidad de escritor? Que no es lo mismo que dejar de ser un escritor de calidad (para eso hay que haberlo sido). Y no refiero a necesariamente dejar de escribir por completo, de hecho en materia de cuentos este último año ha sido bueno tanto en frecuencia como en la calidad de los mismos, comparada con la de otros años. Sin embargo, la pulsión ya no es la misma. Debe tener que ver con la acumulación de trabajo, pero no en este momento en particular (he trabajado más horas semanales que en la actualidad... no muchas más, porque no hay). Me refiero a una acumulación a lo largo de los años. El cuerpo ya no es el mismo, los músculos del brazo derecho (si es a mano) o los de los dos (si es en la computadora) se agotan más rápido. De todos modos, nada será peor que desarrollar tendinitis al escribir la novela, por entender que una novela debería estar escrita en libretas más grandes, pero al ser de tapa blanda me obligaban a sostenerlas con la mano izquierda abierta mientras escribía con la derecha caminando por las calles del querido Cordón (te extraño). Si los brazos se cansan, imaginen lo que se cansa la cabeza. Estoy muy feliz con haber quedado fijo en la sección de Cultura de la diaria después de años colaborando (desde 2009 en forma ininterrumpida si contamos la sección de humor). Fui a buscar el dato del año y lo encontré en un currículum que hice justo antes de quedar fijo, y descubrí que tenía un error de tipeo. Seguramente ese otro empleo para el que apliqué lo perdí cuando llegaron a la palabra "actualidad" y vieron que había escrito "actuakudad", ya de paso lo actualicé y me deprimí un poquito más. Igual estoy bien donde estoy. Salvo que, porque la vida podrá ser un Carnaval pero el Carnaval es caro, a eso hay que sumarle otras actividades, todas realizadas con gusto, pero que mi mente sabe que no puede dejar de realizar si quisiera hacerlo. Por supuesto que la sobrecarga y la "ansiedad laboral" (por llamarla de alguna manera) no solamente dificulta que encuentre momentos y disfrutes relacionados con la escritura; también ha permeado en otros rincones, donde por momentos cuesta ser consciente del daño, salvo en el momento en que el daño ya está hecho. Disculpen que no esté siendo muy ordenado, pero tiene que ver justamente con que escribo en este blog cuándo y cómo se me canta: el disfrute está completamente contaminado del deber. Porque cuando miro una película o una serie estoy anotando cosas para reseñarlas en la radio o en el diario. Lo mismo si leo un libro o una historieta recién salidos. Y si leo algo viejo, o que no fue editado todavía en español, una parte de mi cerebro piensa (aunque yo no quiera) que podría estar aprovechando mejor el tiempo, leyendo algo que sí se pudiera reseñar. Y al escribir, pienso en las revistas en las que publico cuentos. Desde hace muchos meses tengo ganas de escribir algo más extenso, más mío, sin plazos ni caracteres ni nada, pero ¿qué voy a escribir? Las ideas no aparecen, porque no tengo tiempo para zambullirme a buscarlas o porque estoy demasiado cansado para que el cerebro funcione de la mejor manera. Sé que algunos elementos de los enumerados son cíclicos, pero en casi 42 años nunca hubo tantos presentes al mismo tiempo. Tantos estreses peleando por ser el más importante. Tan pocas ganas combinadas con tanto por hacer. Espero que el texto no suene más deprimente de lo que en realidad es. Dudo que la gran mayoría del grupito que llegue a leer esto esté atravesando condiciones laborales soñadas o nadando en dinero. Pero bueno, el ombliguismo es lo que hizo que esta cultura bloguera funcionaba y aquí estoy, 18 años después de haber creado esta cuenta, quejándome del cansancio mental absoluto que tengo. Un domingo. Un domingo en el que junto a la computadora tengo una lista de tareas para la semana, algunas de las cuales me convendría hacerlas hoy domingo para descomprimir el resto de los días, que de todos modos estarán completos. Todo eso tratando de no descuidar a la gente querida y fallando estrepitosamente. Casciari le sacó el jugo a su infarto, esperemos que yo pueda sacarle el jugo al ACV, después de la rehabilitación. Uh, oscuro. Vamos a terminar esto un poco más arriba, si puedo. No, dejá, encontré el bloc de la primera versión de la novela (la escribí dos veces a mano, la primera llegué hasta los dos tercios y la abandoné unos meses, cuando volví solo pude seguir adelante si la transcribía) y me encontré con varias páginas de un bloqueo creativo asesino. Aunque, pensándolo bien... Si después de uno de mis mayores bloqueos llegó la novela, eso solo puede significar una cosa: se viene otro proyecto, otro lanzamiento y otra pandemia. Porque la novela salió a la calle una semana antes de que se cerrara el mundo. Así que, si no quieren volver a jugar a las esculturas de masa madre, pueden hacer una donación colectiva a mi nombre para que evite la publicación de mi próximo proyecto y con eso salve al mundo de un nuevo virus mortal. Mmmh... traté de que fuera menos deprimente que el ACV y terminé chantajeando a la raza humana. No puedo con mi Ungenio, aquel torpe amigo de Condorito. Porque usar la palabra "genio" después de todo esto me daría urticaria. Bueno, lo dejo por acá porque esos laburitos de domingo no se van a terminar solos. Además estaría precisando un baño, no voy a decir cuándo fue la última vez que me duché porque no estoy seguro. Pero ha pasado más tiempo del recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Señor, que tiene más despedidas que la tercera del Señor de los Anillos. Y bueno, metete el gato en el culo. No, esa no era la respuesta que estaba buscando. Ah, la escritura automática. ¿Ven? Eso sí lo extrañaba. Porque a mano no tiene mucho sentido, ir desvariando mientras caminás por la calle aumenta las chances de caerte, porque si vas escribiendo concentrado, el cuerpo también está más alerta. Hay estudios. Entonces reservo esos momentos para las manos en el teclado, pero con el blog en coma profundo había perdido estos momentos en donde lo único que importa es la palabra que viene a continuación de la última palabra que escribiste, donde el tiempo se detiene, donde deja de joder un poco la música que viene del local de enfrente, que sonaba cuando me dormí a las dos y media de la mañana y sonaba cuando me desperté antes del mediodía. En la escritura automática todo está bien, todo está permitido, uno sabe que puede dejar de escribir cuando quiera. Y quizás es por eso que sigo haciéndolo, porque por primera vez en mucho tiempo no tengo la obligación de escribir. Sé que en el momento en que publique esta entrada, volverá el mundo real, con mi imperfectísimo yo tratando de surfear mi autogenerado tsunami, en cambio acá puedo nombrar a Juan Carlos Mareco "Pinocho", puedo recordar la primera película que alquilé en VHS (Cobra), puedo mirar a los costados y perderme en la cantidad de objetos ridículos que me rodean, pero que me representan. Veo mazos de cartas, tazas repletas de marcalibros, libros leídos de los que aprendí y libros sin leer de los que me alimento incluso sin haber recorrido nunca sus páginas. Tienen una energía y la siento. Siento que me ayudan a no volverme tan loco, a no cansarme tan rápido, a no darme por vencido tantas veces. Necesito que la escritura automática se prolongue durante uno o dos meses, solamente ir a buscar pedacitos de mi imaginación, o de mis recuerdos, o nada, escribir de la nada, la nada misma, durante días enteros, sin prestar atención a la música de afuera, a las notificaciones del celular, a los correos electrónicos, a los pedidos. Necesito tomarme licencia y hace menos de una semana que terminó la licencia. Que fue a medias, por supuesto, porque algunos trabajos seguían estando y otros no pude evitarlos. La única forma sería que me obligara a estar dos semanas (dos meses era mucho) escribiendo, escribiendo sin parar como un chimpancé con una máquina de escribir, y estoy seguro que en algún momento, en la madrugada del segundo martes, entre desvaríos iba a aparecer el comienzo de una historia que tuviera ganas de escribir, de un proyecto que tuviera ganas de encarar, o simplemente una improvisación que me llenara el alma. Que no es que ande vacía, pero es como uno de esos colchones inflables que va perdiendo aire de a poquito y cada tanto hay que pisarlo una dos tres cuatro cinco veces y llenarlo de nuevo. Voy a recuperar fuerza en la pisada, ganas de pisar, se me va a ir el dolor de cabeza y la contractura del cuello, voy a sentarme de nuevo en una posición correcta frente a la computadora, voy a tener ganas de dejar de escribir, también. El vacío existencial se tomará licencia (porque va y viene, como en casi todos los casos) y mientras tanto haré lo mismo de siempre, leer y mirar televisión, pero de mejor ánimo. Un poquito mejor, nomás. Tampoco es que esté pidiendo vivir en estado de euforia. Podría seguir, pero eso, tareas, almuerzo. Ya me está costando ignorar la música de mierda. Así que voy a buscar un título para esto y publicarlo. En Sonido Bragueta, podcast que ojalá vuelva en algún momento, buscamos el título al final de cada episodio. Yo podría hacer lo mismo, buscarlo en vivo, mientras escribo. Mientras escribo es un buen título, si no fuera también un libro de Stephen King sobre el arte de escribir. Y bueno, se lo pongo igual. Le agrego un 2022 para que no se confundan con el libro suyo, que es del año 2000, cuando yo todavía estaba en facultad haciendo circular cuentitos entre mis conocidos para que pasaran un buen rato y para que, bueno, me dijeran que les gustaban y yo utilizara eso para seguir escribiendo. La carrera nunca la terminé, pero los libros fueron llegando desde 2003, el blog en 2004, en fin, que tampoco es que vaya a pegarles el CV, eso lo podría guardar para otro posteo. Si llegaron hasta acá, gracias por la paciencia, perdón por un montón de cosas y vayan a disfrutar el domingo (o el día que sea).

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