martes, 29 de marzo de 2022

Máxima velocidad

¿Se acuerdan de aquella película con Gozandra Bullock y Keanu Reeves? No les voy a preguntar quién era el villano porque a nadie le importa. Lo que sí importa es que había un bondi, un ómnibus de pasajeros, que si viajaba a menos de 50 millas (unos 80 kilómetros) por hora, explotaba. Porque el malo sin identificar (bueno, era Dennis Hopper) había conectado un montón de explosivos a la agujita del velocímetro. De esa forma se aseguraba de que el vehículo nunca parara. ¿Por qué? No lo recuerdo, y voy a hacer el mayor de los esfuerzos en evitar la página de Wikipedia que resume la trama. Supongo que con el bondi en movimiento la policía estaba distraída mientras él robaba algún banco. Vieron que en muchas películas el villano es un genio del mal que al final solamente quería unos mangos, como la tercera de Duro de Matar. Y a veces el cerebro funciona como una especie de Máxima Velocidad pero a la inversa. Si almacena más de 50 ideas por hora, explota. Creo que mencioné en un posteo anterior de esta nueva generación de textos que tenía entre mis inquietudes la posibilidad de que se me friera la cabeza. Confieso que en el momento en que lo escribí (no me voy a fijar en la fecha, no voy a hacer un montón de cosas, sépanlo) era una preocupación real. En este momento no. O al menos no tanto. Porque ese mismo cerebro calcula (el hombre que calculaba) que una fritura general llegará justo en medio de un momento de tensión máxima, de estrés asesino, de ansiedad trepidante. No ahora, que justo terminé temprano la columna de la radio y me encuentro treinta minutos antes de mi horario recomendado de ir a dormir. Que tampoco da para ver un episodio de una serie, porque justamente lo que necesito es desagotar el cerebro. Que por más que se haya alejado de las 50 ideas por hora, sigue manejando una cantidad excesiva de pensamientos en simultáneo que se siente, entre otros lugares, en los hombros contracturados. También podría explicarse por la postura casi de Nosferatu que tengo al tipear en la computadora, pero es que mantengo esa suerte de pasión literaria reiniciada en este medio de comunicación, de escribir sin mínimo de caracteres, sin máximo de caracteres, sin una vara que diga "esto es para publicar en la revista X" o "esto es para publicar en la revista Y". X sería la revista Lento y Y (y Y) sería la revista Túnel. Ambas tienen un rango de caracteres en mi mente y una calidad que considero necesaria para que un cuento salga publicado. Más o menos la misma calidad que debe tener un cuento para ser recopilado en un libro, pero puedo ser un poco más bondadoso con un texto que puede defenderse entre otros 59. A propósito, estoy por llegar a la tercera tanda de 60 cuentos, es decir, que estoy por terminar mi tercer libro de cuentos sin publicar. Más allá de los ochos publicados. Ah, acá me da menos vergüenza hablar de mi trabajo, será porque no ando compartiendo el link por todos lados. Si alguien llegó, póngase cómodo y acostúmbrese al desvarío, que es una de las cosas lindas de este espacio. Lindas para mí. Decía que estoy inclinado sobre el teclado porque disfruto de estos ejercicios, pero también porque quiero aprovechar y vaciar mi mente antes de acostarme en el colchón del piso de mi estudio y apagar la luz. Porque cuantas menos cosas tenga rondando en el cerebro, más rápido voy a poder conciliar el sueño. Y eso que tengo un sueño bastante conciliador. No te digo moderador de un debate político, pero por lo general suelo quedarme dormido en menos de ocho minutos. Y para eso tengo un truco, aunque nadie me da pelota y quienes me dan pelota dicen que no les funciona, así que no se los voy a contar. Es así: cuando apagás la luz y te acostás, tenés que ser bien consciente de que ya estás descansando. Como si fueras un celular enchufado que se está recargando aunque tenga la pantalla encendida. Esa conciencia es la que te baja la ansiedad y hace que te quedes dormido. Perdón. Esa conciencia es la que ME baja la ansiedad y hace que ME quede dormido. Como decía, nunca supe que funcionara en alguien más. Entonces tenemos al cerebro de Máxima Velocidad, tratando de bajar la cantidad de pensamientos simultáneos, para que ese ejercicio post apagada de luz no sea demasiado complejo. Que no lleve doce minutos porque ahí uno ya empieza a pensar qué hora es, cuánto voy a dormir, qué suerte que es lunes porque el boliche de enfrente está cerrado entonces no hay música. Otro día les voy a contar de cuando les escribí por la música fuerte y terminé pidiéndoles disculpas. Así de lamentable. ¿Ven? Ese comentario ya hace que la idea del intercambio con el boliche salga de mi mente. Como cuando estás meditando, de pronto en medio de una clase de yoga (sí, hago yoga, de ahí me inspiré para las escenas de La Crisis de los 38, incluso la flatulencia, aunque en el caso que presencié careció de olor y tuvo sonido). En ese momento de calma te piden que alejes de tu mente todos los pensamientos que pasen por ahí. Y cada tanto tengo que volver a la imagen de Máxima Velocidad porque ya le puse título al texto. Cuestión que hay que desagotar el cerebro antes de que explote. Hay que desempacar antes de tirarse en la cama (o el colchón). Hay que desterrar inseguridades tales como "¿algún día tendré capacidad de ahorro?" o "¿cómo haré para saldar esta deuda gigantesca?". Como ven, varios de mis intríngulis son económiquis, middle class problems, que le dicen. No me preocupo mucho por lo que tengo que hacer mañana porque tengo una coqueta lista que hace que nada se me olvide, siempre y cuando no me olvide de revisar la lista. Quizás el único elemento traumático sea la visita a la podóloga, no porque el tratamiento de mis uñas operadas vaya a doler (ya casi nunca lo hace), sino porque luego de pagarle contaré con unos 2.000 pesos para gastos hasta que cobre mi próximo sueldo... el 10 de abril. Ustedes disimulen, mis padres creen que disfruto tanto de sus compañías que almuerzo y ceno con ellos casi todos los días. Igual tengo en la heladera dos paquetes de panchos, totalizando 16 panchos, que compré por la módica suma de 200 pesos. Y no son de vencimiento rápido, creo que duran hasta mayo. Así que tengo ocho comidas (las épocas de comer tres panchos volverán cuando salde mis deudas) para intercalar con las visitas a la casa parental. Si todavía no saben qué estudiar en la vida, estudien ingeniería en computación. Pero no se olviden de abandonar la carrera antes de terminarla, para no tener que pagar nada. Uh, lo que dijo. Bueno, qué quieren, son la una menos cuarto, para qué me leen si saben cómo me pongo. Yo estudié Comunicación y no la terminé, que es como que te den un puzzle de dos piezas y no encontrar la forma de encastrarlo. Para mi defensa (y un poco la de la carrera) lo mío nunca fueron las materias teóricas. Se me mezclan los autores y si el o la docente no explican bien el tema, no lo entiendo después leyendo los repartidos. Una sola docente sabía cómo explicar los temas de (atención) Teorías de la Comunicación, la materia más pesada de todas, y gracias a ella salvé I y II. III y IV todavía me están esperando, con una de las docentes que hoy ocupa un cargo muy subimportante en un minsterio muy decultura. Hace poco mandé un mail al encargado de la carrera  de la Universidad a la que fui. Porque yo gané una beca y solo pagaba tipo el 10% de la cuota, que era más o menos la totalidad de mi salario en la imprenta donde trabajaba. Hablando de esa beca, tuve la suerte de que la prueba, que se hacía nucleando a todos los interesados de todas las carreras de esa Universidad Poco Atea, estaba dividida en tres partes y las tres conformaban más o menos las tres cosas en las que en el liceo o en la vida me iban más o menos bien. Matemáticas, Idioma Español y Composición. No te digo que pensé "esto lo gano" cuando me dieron la prueba, porque no me quiero pillar, pero fue exactamente lo que pensé. Volviendo al casi presente, le pregunté al tipo ese qué tenía que hacer para recibirme, porque cursé la carrera entera pero muchas materias ni siquiera di el examen porque ya no me interesaba tanto el asunto y la prioridad era seguir laburando. Y claro, la tesis es una cosa, porque se podía sustituir por un trabajo que bla, fácil de bla, accesible y bla. Pero esas otras materias había que cursarlas. Le pregunté si había alguna forma de no cursarlas (no tipo amenaza mafiosa ni periodista al que agarran mamado manejando, sino honesta) y hasta hoy estoy esperando su respuesta. Se los juro. De todos modos prefiero seguir siendo bachiller, que tiene mucha más chapa. Hola doctor, qué tal escribano, qué hacés bachiller. Acá, por ir a acostarme, tratando de vaciar lo más posible mi mente para poder dormir fácil pero sobre todo para que el cerebro no explote como el ómnibus de Máxima Velocidad. Quedan ocho minutos para la una de la mañana y lo mejor sería ir redondeando. Creo que cumplí con mi cometido de sacar cosas de la cabeza. No exactamente las que estaban rondando, más allá de que hablé de plata y de cuentos que me gustaría publicar este año. Pero otras se fueron agarraditas de este texto, como cerumen agarradito de un pañuelo de papel de esos de cocina. Ta, tiene sentido, Dennis Hopper quería plata, así que pidió un rescate para desactivar la bomba del ómnibus. Sé que les dije que no iba a revisar, pero imaginate cerrar los ojos y no poder dormir porque te desvela la trama de Máxima Velocidad (uno, la dos ni la vi).

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