Otra del tipo que no hace nada y critica

De nuevo el espacio en donde señalo con mi dedillo acusador (me gusta la expresión dedillo acusador) a productos comunicacionales que no están integrados por gente que conozco. Porque me daría vergüenza criticar a alguien que me puedo cruzar por la calle.

Hoy: La Biblia y el Calefón.


Comencé mi exposición a "La Biblia y el Calefón" totalmente condicionado, por dos razones: (1) yo quería ver otro canal, y (2) todavía recordaba que ese programa me parecía una soberana cadorcha. Intentanto superar mis prejuicios, volví a verlo.

Me pareció una soberana cadorcha.

LBC (lo más cool es llevar todos los nombres largos a sus iniciales) es un supuesto programa de entrevistas. Pero en realidad es un programa de rematar chistes. Son cinco personas actuando el rol maniático que me calzo cada vez que voy a un cumpleaños con amigos: cabecear todos los centros que levanta alguien más.

Este carácter enfermizo (que conozco demasiado) está liderado por Jorge Guinzburg, quien desde la conducción parece cuestionar todo el tiempo a los productores del programa. Cada vez que revela un oscuro y humillante secreto de los entrevistados, comienza preguntando "¿es verdad que...?" Jorge, si tus productores son buenos, ES VERDAD.

La mecánica clásica continúa con el entrevistado diciendo que sí, que es verdad, y después agregando una frase o queriendo reflexionar sobre el asunto. Pero nunca lo dejan, porque antes alguien remata alguna tonta expresión de doble sentido.

Por lo general es Guinzburg, quien se felicita a sí mismo quedando en una extraña pose, congelado con la boca abierta y los ojos cerrados. Quizás es la forma de reirse que le quedó después de la neumonía del año pasado que casi lo deja en el cielo de los enanitos.

El patetismo se acrecenta cuando uno de los cuatro invitados tiene la misma compulsión que tenemos los otros dos pigmeos. Porque ahí es el tipo que cabecea los centros en un cumpleaños que llegó como amigo de un amigo. El que no conoce a nadie y languea como si fuera el dueño de casa.

Pero no termina ahí. El ciclo no termina con la risa muda del conductor. Después de cada chiste mediocre (con suerte), un séquito de alcahuetes (en su mayoría mujeres, con un par de tipos colocados estratégicamente al lado de los micrófonos) aplaude y carcajea como si estuviera viendo a John Cleese devolver un loro muerto.

La cosa nunca es tan limpia. El invitado compulsivo por lo general quiere tirar un sobrerremate mientras todavía están aplaudiendo, y la conversación deriva en un duelo de free style, no de rappers sino de comediantes.

Igual que hace once años, el petit termina cada tema con un chistín del pibe Bazooka. Todo ha cambiado, nada ha cambiado.

Así, se enhebran múltiples anécdotas chistosas de esas que Chichita pedía al final de cada almuerzo. Con reidores mucho mejores pagos que los de El Show del Mediodía.

Lo rescatable es azaroso: alguna idea que llega a buen puerto, o alguna broma no tan barata. Y como cualquier programa de entrevistados, gran parte del éxito o el fracaso depende de quienes sean ellos.

Índice de graciosidad:


Dos Chicos Maravilla. En un programa donde cinco tipos tiran decenas y decenas de chistes, alguno te va a hacer reír. Más o menos como Joe Quesada sacando veinte series nuevas en Marvel, y entre tanta basura se te cuela un Iron Fist.