viernes, 29 de diciembre de 2023

¿Cómo mantenés el archivo de columnas de radio tan ordenadito?

Gracias por preguntar. El procedimiento para mantener al día el archivo de columnas de radio es el siguiente:

1- Entro a la web de la radio, más específicamente al apartado de Justicia Infinita.

2- Abro en pestañas diferentes todas las columnas que tengo para subir. Como hago esto casi todos los meses, nunca son más de ocho pestañas nuevas. El procesador de la computadora puede soportarlo.

3- Descargo los archivos de audio gracias a que la radio lo permite. En caso contrario estaría fregado; supongo que andaría con un pendrive y pediría que me los copiaran cada tanto. Esperemos que eso no ocurra.

4- Copio las descripciones de las columnas y las pego en una hoja de cálculo que tengo en la nube, con pestañas independientes para cada columna y temporada.

5- Renombro los archivos de audio, que suelen ser "título de la serie o película + un par de palabras" y los paso a una notación "siglas de la columna + año + número de episodio + título de la serie o película" para que queden ordenaditos. Esto será importante después.

6- Me logueo en iVoox. Antes subía las columnas en Mixcloud, pero empezaron a cobrar y tuve que subir todo de nuevo. Imagino que se los estarán comiendo los piojos. Imaginate si YouTube empezara a cobrar por subir los videos. Ahora que lo pienso, el fin de mi asociación con Mixcloud fue lo mejor que me podría haber pasado, porque allá hacía una imagen única para cada columna que subía, que incluía el título y un fotograma de la serie o la película. O sea, para cada columna entraba a Photoshop y armaba un cuadradito con esos datos, que me llevaba entre 5 y 10 minutos. Al pedo. Cuando me pasé a iVoox decidí que todos llevarían la imagen genérica de cada columna, que las hice utilizando imágenes gratuitas. Como la que encabeza esta entrada de blog.

7- Empiezo a subir los episodios de a uno, poniendo título, descripción, un par de etiquetas (solamente por es obligatorio) y el número de temporada y episodio.

8- Copio los links de las columnas subidas y los pego en un bloc de notas.

9- Esos links suelen incluir un número, que vendría a ser el número de archivo dentro de iVoox; más o menos como los once caracteres que identifican a un video en YouTube. Tomo ese número y lo incluyo en un link corto de iVoox que tengo guardado como ejemplo.

10- Entro a Blogger, edito la entrada Columnas de radio, agrego los títulos nuevos y los vinculo con el link corto. Podría vincularlos con el link largo y nadie (pero nadie) se daría cuenta de la diferencia. Pero a esta altura tengo todo mecanizado, incluyendo los pasos más largos.

11- Actualizo la entrada del blog. Si pasan el mouse sobre cualquiera de las entradas, verán que les muestra el link corto. Háganlo, para que el trabajo extra tenga un mínimo de sentido.

12- Entro a mi sitio de confianza de archivo de información en la nube. Allí tengo una carpeta para las columnas, con subcarpetas para cada temporada de cada una de ellas. Copio los archivos ahí, y como les cambié el nombre ya quedan ordenaditos. ¿Vieron que era importante?

13- Borro los archivos de mi disco duro excepto el último de cada columna, para saber rápidamente por dónde voy en materia de respaldo.

14- En ocasiones, no siempre, volanteo el hecho de haber actualizado el archivo de columnas.

¡Fiu! Por eso no lo hago más seguido. Es más fácil ser como Henry Ford (pero menos nazi) y automatizar el asunto cada cuatro o cinco semanas. Bueno, justo en este momento está terminando el año y solamente me falta esperar a que suban las columnas de la última semana. No sé para qué estoy contando esto. De hecho no sé para qué conté lo anterior. Supongo que entré al blog, lo vi quieto en cuanto a entradas nuevas y como estaba actualizando el archivo (por eso entré) se me ocurrió esta manera de achicar las distancias entre el columnista y el oyente imaginario. A esta altura ya no debe quedar gente leyendo, así que confieso que hago todo esto para que me quede ordenadito a mí y me resulte más fácil, por ejemplo, saber si este año ya comenté tal o cuál serie (me pasó hace poco con What We Do in the Shadows, que terminé de ver la temporada nueva y la quería comentar, pero revisé y ya había comentado las anteriores, así que decidí dejarla para 2024). Eso, nada, buen fin de año.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Novedades literarias

Me daba un poco de vergüenza escribir esta entrada, hasta que repasé las estadísticas de lectura y comprobé que las entradas del blog tienen apenas más popularidad que un diario íntimo cerrado con candadito. Así que voy a aprovechar para enumerar acontecimientos relacionados con mi oficio favorito, y su relación con estos primeros días de la primavera.

1- La novena revelación

De acuerdo a información que llegó a librerías, el noveno libro de cuentos estaría llegando a ellas el próximo lunes 2 de octubre. Mi objetivo es que la editorial recupere su inversión y quiera seguir editándome (ver punto 3), así que por un tiempo mis cuentas en las redes sociales intercalarán los textos y columnas de radio con recordatorios acerca de la salida del libro. Por suerte en estos últimos años he abandonado bastante el humor self-deprecating (a falta de una mejor expresión en español), así que intentaré convencerles de destinarle unos pesos a estas sesenta piezas bestiales.

Hablando del libro, se llama Bestuario (SIC), nombre que apareció en enero después de barajar otros que nunca terminaron de convencerme ni a mí ni a un selectísimo grupo de amigos que manejan gustos parecidos al mío y el punto justo de sinceridad. En mi último viaje a Buenos Aires estuve varios días en la casa de Gustavo Sala y aproveché para pedirle dibujos de tapa, contratapa y ambas solapas al tiempo que yo los iba coloreando. ¡Y qué bonitos colores! Miren...

Si le sumamos el prólogo de Natalia Mardero, el resultado es uno de los libros de cuentos que más me gustan. Me di cuenta de que mis favoritos suelen ser los múltiplos de tres: Problema Mío (2006), Basurita (2012) y este. No es que los otros no me gusten, por supuesto. Cómprenlos, si es que los encuentran en alguna mesa de saldos.

A propósito de la cantidad enorme de libros que se editan en nuestro país y que obliga a los autores a ser sus propios promotores: con la editorial no conseguimos lugar en la Feria del Libro (después de un cambio de fecha obligado por choques en mi agenda), así que la presentación quedará para después. Se enterarán por esta vía... y espero que por otras, porque ya dije que no son muchas las personas que entran al blog.

2- Zinfanzine

En octubre del año pasado comencé un proyecto de escritura que me trajo un montón de satisfacciones. Mientras tenía lejísimo el lanzamiento de un nuevo libro, me propuse cumplir el trabajo soñado de ser editor de una publicación de humor en papel. Claro que para poder hacerlo realidad tuve que apunta hacia abajo, peligrosamente cerca de mis pies: armé unos cuadernillos de 12 páginas (más tapas), cada uno conteniendo una docena de textos.

Desde entonces escribí, diagramé, imprimí y encuaderné cuatro números, dos de narrativa y dos de poesía. Eso me permitió, entre otras cosas, manijear la venta de garage (que está muy quieta, ¿seguro no les interesa nada?), hacer unos pesos (pocos, me han dicho que tengo que cobrarlos más caros) y, en ocasiones especiales, tener algo de obra personal para obsequiar. Porque regalar un libro suele ser bastante más costoso para uno.

Para cuando estaba escribiendo el segundo ya soñaba con llegar a una docena de docenas y luego editarlas en forma de libro, porque parece que no estuviera escribiendo lo suficiente (ver punto 3). Sin embargo, por el momento tuve que poner una pausa. Primero para no competir con el libro de cuentos (ver punto 1), y también porque con la inminente llegada de un nuevo título, mi cerebro se toma una licencia creativa (la famosa licencia poética, pero también narrativa) y por un tiempo baja la producción de textos. Lo cual hace bastante irónico a la última novedad de la jornada.

3- Cerrame la 12

Me quejo bastante de lo poco que escribo. Siento que en lugar de estar acumulando empleos para cubrir los gastos (esos gastos incluyen libros de historietas, por supuesto) podría estar encadenado frente a un escritorio, buscando la inspiración y aumentando el caudal de mi obra. Por supuesto que si eso ocurriera no escribiría un solo renglón.

Como mencionaba en una entrada del blog de hace poco más de un año, tengo una carpeta de plástico tipo acordeón en la que voy guardando los textos escritos a mano y anotando aquellos que están pasados a Word y respaldados. Cuando llego a sesenta, doy un libro por terminado y paso al siguiente compartimento. El compartimento 9 es el libro que está por salir a la calle (ver punto 1), el 10 y el 11 estaban completitos, por supuesto que sin fecha tentativa de publicación.

El pasado sábado, en el marco de la Escuela de Poesía a la que asisto en el Teatro Solís, escribí un texto que consideré digno de sumarse a uno de esos compartimentos, más precisamente el 12. Y es el sexagésimo de ellos, así que sin bombos ni platillos he completado un nuevo volumen de cuentos. Al ritmo en que vengo publicando, es posible que sea un libro póstumo. En tal caso el encargado de mi legado literario será el señor Martín Otheguy. Tranquilos, que él ya lo sabe y creo que desea morirse antes que yo.

Como ocurrió el año pasado en ocasión de terminar el libro anterior, cuando enumeré los títulos de los textos de los libros (de cuentos) números 9, 10 y 11, adjunto aquí debajo los sesenta textos del libro 12, en estricto orden alfabético. Es posible que les suene alguno de ellos, porque han salido en revistas como Lento y Túnel. A esta última le deseo un pronto regreso.

Libro de cuentos 12

Algo para declarar
Araña de dos patas
Canción de los anillos del viento y el tiempo
Catálogo de la muestra "Trampas y antojo" de Will E. Coyote
Cicatrices
Cometa sideral
Dead Man Eating
Diccionario
El crítico
El diario no hablaba de él
El emporio de los sentidos
El farero
El monstruo
El niño volador
El ritual del deseo
El rol del árbitro
El rombo de las Bermudas
El sabio y el futbolista
El secreto mejor guardado
El violín más caro del mundo
En la hora
Encontré una cápsula extraterrestre con un bebé dentro... ¿ahora qué?
Espiri-timos
Estimado cerebro, dos puntos
Excelente trabajo, equipo
Fe de erratas
Guía del Ocio
Haikus
Hand in my Pocket (versión personal)
Hoy es viernes y tu cuerpo lo sabe
Huele a espíritu fosforescente
In qui si mitieron
La era del cassette
Lunes sangriento
Magia con cartas
Mar de piernas
Menudo rollo
Mi última carta
Montevideo
Nominal
Ojo de gato
Palabras que confirman que el libro que estás leyendo fue traducido en España
Parecida
Pobrecillo
Primeras palabras de los astronautas que pisaron los 50 planetas de un sistema recién descubierto
Promoción sin obligación de compra
Próximos lanzamientos
Qué pelazo
¿Qué significa mi nombre?
Ranking de autoinsultos
Rapto de generosidad
Secretos revelados durante la última cena familiar, en estricto orden cronológico
Secuelas de frases famosas
Segundo intento
Sola mente
Spoiler alert
Te dedico esta canción de amor
Tienes un nuevo correo de tu banco
Un solo elemento
Yo, que sé

Próximamente (?).


martes, 29 de agosto de 2023

20 años de Sobredosis Pop

El 29 de agosto de 2003, en un edificio diseñado para que murieran todos los presentes ante la primera chispita, se realizaba la presentación de _Sobredosis Pop_, un libro que había sido vendido de antemano cuando los creadores de Kickstarter todavía iban al liceo.

Un grupito de gente, todos conocidos míos o de mi familia, se reunieron en el local de Pachamama en la Plaza Independencia, sótano que nunca se convirtió en trampa mortal de fuego por algún milagro del universo. La excusa era el lanzamiento de mi primer libro de cuentos, que se venía gestando desde hacía varios años.

Empecé a escribir _en serio_ poco antes de la mayoría de edad, y cuando llegué a una _masa crítica_ armé una carpetita que iba circulando entre mis pequeños círculos de referencia, que me daban suficiente _feedback_ positivo como para seguir haciéndolo. Además, hay que decirlo, me gustaba cómo me quedaban.

Con el paso del tiempo, los cuentos se siguieron sumando hasta superar la centena y se volvía engorroso volver a imprimirlos, llevarlos hasta una papelería y encuadernarlos con rulo. Era hora de conseguir algún intermediario y dejar que fueran los lectores y las lectoras los que hicieran el esfuerzo. Claro que en un país que acababa de ser sacudido por una crisis enorme no sería tarea sencilla.

El panorama editorial distaba muchísimo del actual, con autores de generaciones pretéritas que seguían siendo los "uruguayos del momento". Sin mucha intención parricida, más allá de que no lograba conectar con ellos, golpeé las pocas puertas existentes, con miedo al rechazo por el lenguaje soez y vulgar de aquellos textos.

Finalmente terminé encontrándome con la editorial Cauce, que me ofreció un formato híbrido (pagar la impresión y que ellos se encargaran de la distribución). Aproveché que trabajaba en una imprenta y podía pagar el trabajo en cómodas cuotas de mi salario. A ambas empresas les estaré eternamente agradecido.

Sin embargo, ante la posibilidad de trabajar gratis durante varios meses, encabecé una agresiva campaña de preventa. Agresiva para mis estándares, ya que comparado con un estudiante de Arquitectura yo era un cachorrito chillando para que le rellenaran el plato de comida. Recuerden que no existían redes sociales ni blogs; las comunidades me eran ajenas (igual que hoy) excepto una lista de correo de hinchas de Defensor que periódicamente nos juntábamos a comer asado.

A la hora de armar el libro, aproveché los conocimientos adquiridos en el trabajo, ya que mi puesto era en el área de fotomecánica digital, lo que me obligaba a conocer _más o menos_ todos los programas de diseño que se utilizaran, incluyendo el _Freehand_ de Macromedia y el _QuarXPress_. Pero básicamente usé el CorelDraw para la tapa y el Adobe PageMaker para el interior.

Acerca de la tapa, como era el esfuerzo de un solo hombre(cito), utilicé una fotografía en la que aparezco rezándole a un televisor, y que en esta entrada incluyo en su versión original a color. Por supuesto que la foto la saqué yo, programando un _timer_ y corriendo a arrodillarme como un boludo para cada toma. Hice pruebas de remera y de canguro. Supongo que el canguro me daba un aspecto de monje, además de sumar un poco de volumen.

Desparramé objetos _pop_ en un rincón de mi dormitorio, para dar esa idea de _sobredosis_, título que surgió como devolución de los textos por parte de uno de los lectores. La canalera originalmente estaba en el canal 25 (ESPN), por alguna extraña razón, pero gracias a Photoshop lo cambié al canal 37, que en aquella época era Plus Satelital. De nuevo, lo bizarro.

También le agregué el brillo a la vela, modifiqué imágenes de la pared de corcho de mi cuarto (incluyendo una foto del velorio a cajón abierto de Roberto Galán) y colé la frase que Jack Torrance tipeaba una y otra vez en su máquina de escribir. En la contratapa incluí un dibujo mío, porque todavía no había abandonado del todo aquella práctica. Y también jugué con el _timer_ para sacarme la foto de la solapa, que después transformé en una carta de los Superamigos. La otra prueba no sé si la había visto alguien, jamás.

Volviendo a la presentación, el evento serviría a la vez de encuentro con amigos y familiares, y de entrega de los libros que muchos habían comprado de antemano. Preparé una serie de imágenes bizarras para proyectar de fondo, porque en esos tiempos era más adepto a esa clase de iconografía. Creo que leí algunos cuentos, pero no estoy seguro, y entregué los libros. Todo con un aspecto bastante desgarbado, algo que no me hacía gracia pero que por el mismo milagro que nunca incendió Pachamama no me traumó tanto. Y siempre con la mochila puesta.

Desde entonces pasaron muchísimas cosas. Hace diez años, por ejemplo, un texto parecido a este fue publicado en la página _Multiverseros_, que mantuvimos durante un tiempo con amigos y que terminó siendo fundamental para que hoy esté trabajando en periodismo cultural. Hace diez años mi blog había muerto y desde hace un año y pico tuvo una resurrección, con cambio de nombre y todo, para aunar criterios y también porque _Hijo de Chuck Norris_ era parte de la bizarrada que comentaba más arriba.

En el medio estuvo la televisión, la radio (que hace diez años estaba tan lejana y hace cinco que está presente) y una sucesión de libros de cuentos, la novela, la novela gráfica y una antología realizada junto a algunos de los mejores talentos de la región. Si no nos extinguimos, espero que la historia ponga a Los Informantes en el lugar que se merece. Con agarrada de huevos y todo.

Actualmente estoy ajustando los últimos detalles del nuevo libro, que estará en librerías en octubre. Como recompensa para las personas que llegaron hasta acá, va el boceto de la tapa, que Gustavo Sala convirtió en una obra de arte, pero tengo que dejar alguna revelación para las próximas semanas.

viernes, 11 de agosto de 2023

Crítica de Asteroid City

Ámenlo u ódienlo, pero Wes Anderson está de regreso. No, esperen. Basta de falsas dicotomías provocadas por los algoritmos que benefician a aquellos que manifiestan que algo es "lo mejor" o "lo peor" que le ha pasado a la humanidad. Wes Anderson está de regreso y ustedes pueden experimentar una enorme variedad de emociones con respecto a su obra. Ignórenlo, invítenlo a tomar un café, hagan lo que quieran. Vi Asteroid City y, lamentablemente para el posicionamiento de este blog, encontré con un Anderson de mitad de tabla. Ni lo mejor, ni lo peor que ha hecho.

Como de costumbre, el director de 54 años nos invita a una función de títeres. Durante poco más de hora y media nos presentará su escenario finamente decorado (que otra vez tiene más escenarios dentro), sus personajes vestidos con ropitas de hermosa manufactura, y sus escenas filmadas con una soltura de cámara cuidadosamente calculada. Y como ocurre en muchas de sus películas, los artificios están a la vista de todos, porque él lo ha determinado así.

La acción transcurre en 1955, porque sus historias están cargadas de nostalgia, ya sea de sitios reales y momentos experimentados, o de lugares fantásticos en años imposibles. Es la época de la amenaza nuclear y de los avistamientos extraterrestres; de ese otro que explotaba la ciencia ficción para no hablar directamente de las cosas. Y Anderson, que está más Anderson que nunca (cada uno de ustedes verá qué les representa esta frase) construye una escenografía completa, un pueblito perdido en el desierto, en el que desembarcan un puñado de personajes caprichosamente singulares.

Bueno, no tan rápido. Porque esta vez el autor no solamente nos muestra el teatrillo y los títeres, sino que antes y durante la obra nos mostrará su origen y desarrollo. Asteroid City es, en "realidad" (nótense las comillas) una obra de teatro escrita por Conrad Earp (Edward Norton) y dirigida por Schubert Green (Adrien Brody). Eso lo sabemos porque nos lo cuenta un anfitrión televisivo interpretado por Bryan Cranston.

Cuadritos dentro de cuadritos dentro de cuadritos. Con la sencillez suficiente como para que nadie se pierda (el uso del color es fundamental... como en toda su filmografía), pero con tantos idas y vueltas como para que el drama no tenga la profundidad de alguna de sus mejores obras, como Los excéntricos Tenenbaum o Viaje a Darjeeling. Esto no es tan importante ya que, al menos para quien escribe, estamos frente a una comedia. Sensible, con toques absurdos y una melancolía existencial, pero una comedia al fin.

A Asteroid City (la ciudad) llegan, cuenta Asteroid City (la obra de teatro), varios cerebritos que serán condecorados en una ceremonia que se llevará a cabo dentro del cráter de un meteorito. El guion dedicará un tiempo en que nos familiaricemos con varios de ellos, sus familias, y otros grupos de personas que coinciden en ese rincón perdido en el medio de la nada. La cámara, mientras tanto, ofrecerá bellísimas escenas, como una comida multitudinaria en la que el sol se cuela por entre las maderas de una glorieta.

En automóviles y buses llegarán un montón de personajes que se unirán a la fauna local, y muchos de ellos están interpretados por caras muy conocidas del cine y la televisión, que aceptan cobrar centavos por el placer de participar de una de estas filmaciones. El eterno Jason Schwartzman (que es menor que yo) interpreta a un fotógrafo de guerra viudo que viaja con el cerebrito de su hijo mayor y tres pequeñas revoltosas, Tom Hanks es su suegro, Scarlett Johansson una estrella del cine y madre de una ñoña, Liev Schreiber también tiene un hijo cerebrito, Maya Hawke es una maestra escolar, Steve Carell maneja el motel, Matt Dillon es mecánico, Tilda Swinton una científica que trabaja en el observatorio y Jeffrey Wright es el general encargado de condecorar a los jovencitos.

Por supuesto que hay muchos personajes más, unos cuantos con características que podemos encontrar en la filmografía de Anderson, como los recluidos, los neuróticos o los que bordean el espectro del autismo. Algunos párrafos atrás decía que estábamos ante una comedia, que quizás no provoque carcajadas pero sí risas generadas en especial desde la incomodidad de todas estas personas que están interactuando por primera vez. 

Con las interrupciones del mundo-menos-irreal, que cuenta el desarrollo de la obra (incluyendo una charla entre balcones que está entre lo mejor de la película), la historia a colores se condimenta con un fenómeno de escala interplanetaria y una cuarentena que obligará a los visitantes a permanecer más tiempo del esperado. Salpicados entre la trama, habrá una rampa que no lleva a ninguna parte, conversaciones de una ventana a la otra, condecoraciones vistosas, discursos pomposos, máquinas expendedoras de títulos de propiedad y hasta un correcaminos que hace "Bip, bip".

No tengo grandes quejas acerca de Asteroid City, que como tantas de las creaciones de Anderson se presta para varios revisionados. El director parece ser alguien que planifica metódicamente cada paso a seguir, por lo que imagino que lo que llegó a la gran pantalla es lo que tenía en mente. Como seguidor de su obra (y lo notarán por los ejemplos citados arriba) me hubiera gustado que el chapuzón en el estanque de la melancolía fuera más profundo, y así haber llorado en alguna oportunidad. Pero una comedia con semejante personalidad es preferible a cualquier drama de manual.

Claro que hay tristeza. Hay un montón de personas heridas, que no manifiestan su dolor porque no quieren. Usar la pena es algo propio de los actores, pero a los habitantes del teatrillo llamado Asteroid City no les interesa ganar ningún premio. Y a Wes Anderson no le interesa ganar ningún espectador nuevo, así que están advertidos.

miércoles, 19 de julio de 2023

Crítica (sin spoilers) de Oppenheimer

En un momento de The Dark Knight (2008) Batman se ve obligado a utilizar una tecnología de vigilancia masiva que va en contra de unos cuantos preceptos morales. ¡Pero es la única forma de detener al Joker! Y después Batman pide que destruyan esa tecnología y jura que no la va a usar nunca, nunca, nunca más. Quince años más tarde, Christopher Nolan nos trae a otro personaje con el que busca que simpaticemos, mientras nos dice al oído que algunos fines justifican algunos medios, siempre y cuando luego haya una penitencia.

Oppenheimer, que se estrena por estos días en todo el mundo, es el intento de Nolan por contar la vida de Robert Oppenheimer, el "padre de la bomba atómica". Y lo hace utilizando las herramientas que se ha ganado gracias a una carrera de taquillazos, que incluyen un elenco archicargado de megaestrellas y los mejores aspectos técnicos de la industria. Utilizando, dije, que no es lo mismo que aprovechando, porque al menos en lo personal es una película con más sombras que luces. Como Robert.

El cheque en blanco (ish) de Hollywood se convirtió, en manos de Nolan, en una película de tres horas que se sienten. Que en el mejor de los casos transcurre a ritmo de miniserie, con tres grandes bloques diferenciados que no logran articularse de la mejor manera, lo que repercute con fuerza en el resultado final del filme. Que se ve lindo y se escucha divino, porque el sonido es sin dudas el punto más alto en mis tarjetas.

En esta división por tercios, me encontré con una primera hora y media (maomeno) que funciona como una película biográfica o biopic de manual. Este género me tiene un poco hastiado como espectador, y por eso abrazo aquellas biopics que se atreven a pintar por fuera de las líneas o que toman riesgos creativos o narrativos. No es el caso de Oppenheimer, cuyo "genio de la física caído en desgracia" (pero ni tanto) combina elementos de la biopic de Stephen Hawking, La teoría del todo (James Marsh, 2014), y la de Alan Turing, El código Enigma (Morten Tyldum, 2014).

A propósito, ambas películas tuvieron a sus protagonistas (Eddie Redmayne y Benedict Cumberbatch) nominados al Oscar en 2015, y el primero le ganó al segundo la estatuilla. Doy por descontado que Cillian Murphy tendrá uno de los cinco lugares y hay grandes chances de que vuelva a casa con el premio, básicamente por tener el visage du rôle de combinar ojos claros y huesos de la cara sobresalientes. But I digress...

Para ampliar sobre lo de "biopic de manual", me refiero a aquellas en donde nos enfrentamos a una coreografía de ballet del elenco y los diálogos, con bailarines que llegan en el momento justo a decir el parlamento correcto, que incluye la información necesaria para que avance la trama o para ser utilizada en una escena posterior. Los datos biográficos son reordenados privilegiando un dramatismo artificial, porque sabemos que nuestras vidas no son interesantes contadas en orden ni manteniendo los momentos aburridos. Como esos años en los que uno ya había abandonado la facultad y seguía trabajando en la imprenta y no pensaba en el futuro. Ah, pero si saltamos a la escena de "Debería publicar mis cuentos" la cosa cambia. ¡Basta de irte por las ramas, Ignacio!

Nolan le pone un poco más de oficio, que no necesariamente cariño, a su biopic, que por sus momentos conversados algunos en las redes sociales compararon con, justamente, Red Social (David Fincher, 2010). Pero queda a años luz, no solamente porque Nolan no es Aaron Sorkin, con lo bueno y lo malo, sino porque distrae con la aparición sistemática de caras y más caras (® Gustavo Rey) conocidas. Al final parece un sketch de Saturday Night Live con Steve Martin, Martin Short y otro montón de estrellas que justo se encontraban en Nueva York y se ven obligadas a cortar la acción cada pocos segundos para recibir los aplausos de la audiencia. Acá, cabe aclarar, la acción no se detiene.

Robert era un genio. Robert quiso envenenar a su tutor, pero se lo perdonamos porque todavía estaba encontrando su lugar en el mundo (jamás quise envenenar a alguien en la imprenta). Robert termina en la mira del complejo industrial-militar de Estados Unidos porque en diferentes partes del mundo se estaba investigando el poder del átomo y una de esas partes era la Alemania nazi y estamos de acuerdo con que no eran unos buenos tipos. Digo, espero que estemos de acuerdo en ello, esta década se ha vuelto bastante benevolente con esos monstruos. El revisionismo que necesitamos es el de los Aliados, al Eje dejémoslo donde está.

Al igual que con Batman, y en mi personalísima opinión, en pantalla no se refleja lo suficiente el dilema moral de Robert. Si es que lo tuvo, por supuesto, aunque en tal caso tampoco se refleja su ausencia. Como un tren en una película de Misión: Imposible, la carrera armamentista se lleva puesto a Robert y al film, que nos presenta cada descubrimiento científico como un hito a celebrar (dramáticamente), cuando cada uno de esos hitos nos acerca más a Japón. Nación que, dicho sea de paso, está absolutamente lavado en cuanto a sus inocencias y sus culpabilidades. Porque así como las víctimas fatales de las bombas son apenas un número y un cuerpo calcinado (re simbólico), las atrocidades del imperio de Hirohito no se mencionan. Las de los nazis sí, porque gran parte de los genios descubridores son judíos.

Intercalados con la biopic de la aventura de Robert por domar al átomo están unos flash forwards (es decir, escenas futuras) que involucran a Robert Downey Jr. en el papel del político estadounidense Lewis Strauss. Ante la imposibilidad de generar a una figura de peso para contrastar con Oppenheimer en su vida posguerra, es necesario presentarlo en esta primera hora para que la última funcione.

Intercalada con la trama científica está la trama ideológica, que podría resumirse como Robert simpatizaba con los comunistas (y le va a costar carísimo). El guion hace volteretas similares a las del personaje que tiene que atravesar un corredor con rayos láser ("si cruzo me quema") para no alienar a su público, buscando que no se ofendan los estadounidenses de aún-más-a-la-derecha y a la vez no presentar a la izquierda de aquellos tiempos como objetivo de un discurso de odio. El resultado final se queda ahí, cómodamente en el medio, como otros tantos enfrentamientos de ideas de la película.

Cuestión que Oppie arma equipos con actores conocidos, se empareja con actrices conocidas (dos mujeres en una película de Nolan es un montón) y continúa celebrando cada descubrimiento que lo pone más cerca de la bomba atómica, sin mucho cuestionamiento narrativo ni metanarrativo. Y se hace un poco largo porque si fuera una biopic 100% tradicional terminaría con la explosión de la bomba, pero Nolan tiene muchísimo más para contarnos.

La bomba es, desde todo punto de vista, el centro de la historia. Llega para despertar a aquellos que estuvieran cabeceando en la sala y se muestra al mismo tiempo sencilla y deslumbrante. Simple y complejísima. El objetivo buscado y el genio liberado de la botella, con el hongo de humo eclipsando a todas las lámparas de Aladino de la historia del cine. Nolan triunfa en las decisiones más pequeñas, como la de prolongar el delay entre la luz y el sonido, regalándonos dos estallidos en uno. Su bomba no es la de James Cameron en Terminator 2: el juicio final (1991). Su bomba se ve real, se oye real y casi que podría olerse. Es espectacular y majestuosa, mientras que la de Cameron era aterradora, porque el megalómano submarino realmente quería que le tuviéramos miedo a la posibilidad de destruirnos como especie (la culpa era de los robots, pero estos no nacieron de un repollo).

Si van al cine por la bomba, tendrán la bomba. Y quizás se hagan muchas preguntas acerca de la bomba cuando terminen de correr los créditos. Eso nunca es malo. Sin embargo, después de la bomba empieza otra película, que es la que tiene las mejores actuaciones, los mejores momentos dramáticos, y a la vez es la que más se escapa entre los dedos cuando apretás un poquito.

La bomba a la que me refiero, la majestuosa y espectacular, explota en un lugar neutro, aséptico y esterilizado ubicado en medio del desierto. Por supuesto. Nada vemos de Hiroshima o Nagasaki, excepto en los ojos claros de Murphy-Robert, que una vez consumado el hecho y conocidas las cifras de muertos, hace como Batman y pide que destruyan esa tecnología y jura que no la va a usar nunca, nunca más. Como si en Gotham City no siguieran apareciendo supervillanos de abajo de las piedras o en Estados Unidos no existiera la doctrina del destino manifiesto. Pero bueno, ahora que la usamos: bomba mala.

Hablemos entonces del último tercio dramático, que necesariamente tenía que construirse en el primero, porque introducir a Robert Downey Jr. sobre el final sería pintar fuera de las líneas. A propósito, cuando dije que prefiero las biopics excesivas y que asumen riesgos, todo el tiempo estaba pensando en Elvis (Baz Luhrmann, 2022), que además está contada por el malo. ¿Cómo no quererla? Hago un último comentario antes de zambullirme en el desenlace: RDJ está para el Oscar y dudo que se lo arrebaten.

Lewis Strauss es presentado como un aliado de Oppenheimer, aunque no queda claro aliado de qué, porque la bomba ya explotó. Es una persona que le ofrece trabajo, y uno imagina que alguien con la inteligencia de Oppie tendría suficientes ofertas, pero bueno. Capaz que estoy hilando demasiado fino. Esta última parte intercala un durísimo interrogatorio a nuestro protagonista y un sencillo interrogatorio a Strauss, casi un formalismo para ser aceptado en un cargo ministerial. Al primero lo desmenuzan por su pasado filocomunista, mientras que al segundo le preguntan tibiamente por qué le ofreció trabajo a ese filocomunista en su momento (si seguro tenía suficientes ofertas).

Después de casi tres horas de crescendo (a veces literal), la verdadera explosión dramática se encuentra en la resolución de los interrogatorios, y ahí es donde Nolan parece afilar sus garras y prepararse para manipular nuestros sentimientos. Es mi opinión puramente personal que no lo logra y cada segundo que transcurre desde que salí del cine me queda más claro.

Murphy-Oppie responde a los golpes con la misma cara de circunstancia que mostró durante las horas anteriores, mientras que el guion no logra transmitirnos lo terrible que sería que el tribunal fallara en su contra. Se plantea como un momento culminante de su vida, pero no hay nada en el texto ni el subtexto que nos genere tensión. Entre otras cosas, porque acaba de inventar la bomba atómica y, qué quieren que les diga, no hay forma de hacer suficiente penitencia como para olvidarnos de tanta muerte.

De todos modos, Nolan quiere que abandonemos la sala con una sonrisa y nos presenta un giro dramático (si es una vuelta de tuerca, es una tuerquita) que pretende darle su merecido a un antagonista, pero que apenas lo castiga con treinta segundos de vergüenza mediática. Lo conversamos después de que la vean. Y Oppenheimer tiene uno de esos reconocimientos posteriores que tanto gustan en las biopics, pero aquí llega increíblemente rápido y de parte del mismo gobierno al que la trama nos pide que miremos mal, salvo cuando nos pide que miremos bien.

Christopher Nolan tenía un presupuesto holgado, un elenco de lujo y una historia atrapante. Y si bien el sonido es despampanante y tiene algunas escenas para el recuerdo, el freno de mano en temas fundamentales (la ideología política, las armas nucleares, el protagonista epónimo) juega en contra del exceso de caras y de estrellas y de minutos y de cosas. Boom.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Cuadernillo de viajes

En octubre del año pasado "lancé" (comillas) el Cuadernillo de gastos, un fanzine que contiene una docena de cuentos cortos, 100% originales y pensados para la ocasión, inspirados en doce gastos que tiene un ser humano casi todos los meses.

Me gustó eso de andar cargando con una publicación casera, comercializarla sin intermediarios, y en algún caso puntual poder obsequiarla a alguien. Es difícil obsequiar un libro-libro de los que generalmente al autor le tocan tan pocos.

Tanto disfruté de la experiencia, que casi de inmediato arranqué a pensar un segundo cuadernillo. Lo primero que necesitaba era la temática, y me incliné por doce elementos relacionados con los viajes, más precisamente los relacionados con el turismo: pasajes, documentos, dinero, ropa, seguro médico, neceser, mapa, vacunas, adaptador, toalla, cargador y lectura.

Como ocurrió en primera instancia, cada una de estas palabras fue el disparador de textos, con la exigencia extra de que fueran poemas. O de micropoemas, porque son textos muy breves, incluso en una publicación de tamaño pequeño.

Las temáticas terminaron escapándose de sus disparadores, incluyendo rimas sobre el sueldo nominal, relaciones tóxicas con la ropa, reflexiones sobre las fronteras políticas y dilemas sobre la toalla del baño en casa ajena.

Este segundo cuadernillo estuvo detenido durante un par de meses, porque la computadora nueva recalentaba a niveles del mismísimo Averno y tuvo dos visitas prolongadas al service. Para cuando logré cerrarlo, ya había comenzado un periplo en la Escuela de poesía del Teatro Solís, lo que solamente me dio más ganas de terminarlo.

Después de escrito me hice cargo del maquetado, que incluye un espacio para anotar anécdotas turísticas y una especie de línea de metro con mis publicaciones, porque tengo mala memoria y me cuesta recordar en qué año salieron algunos libros. Lo reproduzco a continuación.

De nuevo estuve a cargo de la impresión en láser (en la impresora de mi viejo), el doblado, engrampado y numerado de cada ejemplar, que es único e irrepetible... siempre y cuando no pierda la cuenta.

Aquellos interesados en adquirir el Cuadernillo de viajes, así como del Cuadernillo de gastos, la forma más sencilla es comprar 1000 pesos o más en la Venta de Garage y les viene de regalo. Revisen la planilla, que se actualiza todo el tiempo. En caso contrario, tiene un precio base recomendado de 100 pesos, que es para comprar más papel y regalarle algo a mi viejo por el uso del tóner. Si quieren colaborar con más, servirá para imprimir más cuadernillos.

Las vías de comunicación se repiten: mensaje directo por redes sociales como Facebook, Twitter e Instragram, o por correo electrónico a hijodechucknorris@gmail.com. Tengan en cuenta que por la venta de un solo cuadernillo no puedo andar cruzando media ciudad, porque no cubro el transporte. Eso sí, voy a tratar de tener ejemplares en la mochila, así que peguen el grito si me cruzan por ahí.

jueves, 23 de marzo de 2023

Crítica de John Wick 4

En más de una oportunidad me quedé con ganas de decir cosas acerca de alguna película, porque en el diario somos varias almas en pugna por la cartelera y a veces pasa que se la lleva otra persona. Hace poco recordé que tengo un blog (este), así que aquí van unas consideraciones sobre la más reciente aventura de Keanu Reeves y sus monosílabos mortales. Si llegamos a 100 likes veo Tár de nuevo y la comento. Lástima que los blogs no tengan botón de like.

Todos sabemos que en las películas y las series, y un poco también en los noticieros, existe un doble discurso terrible. El héroe puede ametrallar a decenas de enemigos, hacerlos volar en mil pedazos o torturarlos para sacarles información, pero no vayas a mostrar un pezón, ni mucho menos unos genitales, porque ahí sí que la obra queda condenada a la calificación de "solamente para adultos".

Mientras convivimos con esa hiperviolencia que nos seda, hay quienes al menos han logrado convertirla en algo así como un hecho artístico. Que utilizan recursos audiovisuales, coreografías y otros truquillos para elevarlas de lo simplemente anecdótico.

Lo hizo Guy Ritchie en aquellas maravillosas peleas a golpe de puño en Snatch, o cuando Sherlock Holmes calculaba cómo hacerles daño a sus enemigos en sus adaptaciones bastante libres. Quentin Tarantino nos presenta momentos hiperviolentos estilizados, o en momentos en los que explota la tensión acumulada durante minutos y presenciamos verdaderas catarsis de sangre y cachos de carne. Ni que hablar, por supuesto, la violencia coreografiada que viene del Lejano Oriente.

En cuanto a la saga de John Wick, que debutó en el cine en 2014 y por estas fechas estrena su cuarta entrega, si bien por momentos contiene elementos de mínima elevación, apuesta a una hiperviolencia sedante. Es decir que a la primera decena de muertos ya el cuerpo se acostumbra y los procesa como si fueran honguitos que están siendo aplastados por Súper Mario, interpretado por Keanu Reeves.

La comparación con un videojuego no es caprichosa: en John Wick 4 queda muy (¿demasiado?) de manifiesto el parecido de algunas escenas con títulos del género Beat 'em up, que según Wikipedia son conocidos en español como Yo contra el barrio, y aunque jamás en mi vida lo haya escuchado o leído, elijo creer. En estos juegos se controla a un personaje que se va moviendo, por lo general hacia la derecha de la pantalla, mientras se enfrenta a una cantidad casi infinita de enemigos.

Si uno se mantiene quietecito en su lugar, los enemigos seguirán llegando, así hasta que agotemos nuestra paciencia o nuestra energía; la única forma de que paren de venir es moviéndose y llegando hasta el final de cada nivel. Esto ocurre (¡demasiado!) en varias escenas de la película, con el componente negativo de que no es tan claro el movimiento de Wick, así que nuestro cerebro no puede calcular cuánto tiempo falta para que dejen de aparecer los malhechores.

Hablemos un poquito de la historia, que es la excusa para concatenar escenas de golpizas casi infinitas. Esta cuarta entrega se construye sobre una mitología flexible que incluye a una comunidad de asesinos dividida en diferentes familias, con componentes modernos y otros ridículamente medievales, desde unas monedas de oro que utilizan para pagar servicios (sin recibir cambio) hasta costumbres que mantienen en funcionamiento a la organización. Que, dicho sea de paso, hace varias películas que no se preocupa por aceptar trabajos externos y se ha dedicado a las guerritas civiles.

La acción continúa lo ocurrido en la tercera parte, que a su vez era consecuencia de lo ocurrido en la segunda. Si tienen la oportunidad de verlas, o de repasar algún video en YouTube, les recomiendo que lo hagan. De todas formas, lo importante es saber que John fue expulsado de la organización por haber matado a un colega dentro del hotel que funciona como una especie de zona desmilitarizada. En la película anterior tuvo que huir del resto de los asesinos, y en esta... bueno, la verdad es que sigue huyendo del resto de los asesinos.

La diferencia es que esta vez el intento de eliminar a nuestro amante de los perritos está encabezado por el Marqués (Bill Skarsgård, el payaso Pennywise en las dos nuevas películas de It). Así que tenemos un villano máximo, que permitirá que durante casi tres horas sigamos a uno y otro, mientras cruzan sus caminos y se preparan para el enfrentamiento final.

Los mejores momentos de John Wick 4, y de la saga en general, están cuando el guion abraza la ridiculez imperante. Como cuando al gerente del hotel de Nueva York le dan una hora para evacuarlo y para tomar el tiempo colocan un enorme reloj de arena sobre un escritorio. También funciona mejor cuando el guion abraza la comedia que nace de la ridiculez (ya volveré sobre el tema). Dicho esto, la primera mitad parece quedarse en un punto medio que no le sirve ni al género ni al Wickverso.

Keanu Reeves está a punto de volverse una caricatura de sí mismo, cada vez con menos parlamentos, y dichos con más afectación (à la Nicolas Cage), pero no termina de hacerlo. La primera gran escena de acción, en un hotel de Osaka, podría pertenecer a una película genérica, y eso es imperdonable. Para peor, el recurso de la vestimenta antibalas hace que todo necesite el triple de disparos, haciendo que cada uno de ellos pierda su importancia. Como en un videojuego en el que dejás el botón de disparo apretado porque tenés munición infinita.

Con una fotografía interesante (hay que decirlo), la historia va ganando ritmo y se decide por una dirección, que incluye la petición de un duelo, y una misión que Wick deberá cumplir para poder acceder a este instrumento medieval de resolución de conflictos. En el medio se estableció un eneamigo ("frenemy" dirían los yanquis) que no mata al protagonista porque está esperando que cotice más alto, y un asesino ciego interpretado por el mismísimo Donnie Yen. Que ya había hecho de ciego en Rogue One. "I'm one with the Force, and the Force is with me". ¿Se acuerdan? Peliculón.

El ritmo no desciende mucho, salvo en excepciones como la escena de poker o las apariciones de Lawrence Fishburne, que vienen sin explicación alguna. De nuevo, busquen algún resumencito en YouTube.

La última hora de película es donde la cosa realmente se pone buena con escenas que podrían ser parte de un corto de los Looney Tunes. El punto más alto es la que se desarrolla en las calles de París, con verdaderos autitos chocadores, o la que está filmada en forma cenital en la que John dispara una suerte de pistola de cañitas voladoras. Finalmente, hay una larguísima escalera con villanos que nuevamente parecen infinitos, pero (¡ahora sí!) nuestro héroe tiene una dirección: hacia arriba. Todo condimentado por una FM de asesinos que transmite desde la mismísima Torre Eiffel.

La resolución se toma un tiempito de más, en 169 minutos que se notan, aunque no se notan tanto. Condensando la primera hora y media, y desatando la acción como no lo hicieron hasta cerca del cierre, hubiese tenido chances de acercarse a ese clásico moderno de la hiperviolencia y el amor por los animales llamada simplemente John Wick.