miércoles, 19 de julio de 2023

Crítica (sin spoilers) de Oppenheimer

En un momento de The Dark Knight (2008) Batman se ve obligado a utilizar una tecnología de vigilancia masiva que va en contra de unos cuantos preceptos morales. ¡Pero es la única forma de detener al Joker! Y después Batman pide que destruyan esa tecnología y jura que no la va a usar nunca, nunca, nunca más. Quince años más tarde, Christopher Nolan nos trae a otro personaje con el que busca que simpaticemos, mientras nos dice al oído que algunos fines justifican algunos medios, siempre y cuando luego haya una penitencia.

Oppenheimer, que se estrena por estos días en todo el mundo, es el intento de Nolan por contar la vida de Robert Oppenheimer, el "padre de la bomba atómica". Y lo hace utilizando las herramientas que se ha ganado gracias a una carrera de taquillazos, que incluyen un elenco archicargado de megaestrellas y los mejores aspectos técnicos de la industria. Utilizando, dije, que no es lo mismo que aprovechando, porque al menos en lo personal es una película con más sombras que luces. Como Robert.

El cheque en blanco (ish) de Hollywood se convirtió, en manos de Nolan, en una película de tres horas que se sienten. Que en el mejor de los casos transcurre a ritmo de miniserie, con tres grandes bloques diferenciados que no logran articularse de la mejor manera, lo que repercute con fuerza en el resultado final del filme. Que se ve lindo y se escucha divino, porque el sonido es sin dudas el punto más alto en mis tarjetas.

En esta división por tercios, me encontré con una primera hora y media (maomeno) que funciona como una película biográfica o biopic de manual. Este género me tiene un poco hastiado como espectador, y por eso abrazo aquellas biopics que se atreven a pintar por fuera de las líneas o que toman riesgos creativos o narrativos. No es el caso de Oppenheimer, cuyo "genio de la física caído en desgracia" (pero ni tanto) combina elementos de la biopic de Stephen Hawking, La teoría del todo (James Marsh, 2014), y la de Alan Turing, El código Enigma (Morten Tyldum, 2014).

A propósito, ambas películas tuvieron a sus protagonistas (Eddie Redmayne y Benedict Cumberbatch) nominados al Oscar en 2015, y el primero le ganó al segundo la estatuilla. Doy por descontado que Cillian Murphy tendrá uno de los cinco lugares y hay grandes chances de que vuelva a casa con el premio, básicamente por tener el visage du rôle de combinar ojos claros y huesos de la cara sobresalientes. But I digress...

Para ampliar sobre lo de "biopic de manual", me refiero a aquellas en donde nos enfrentamos a una coreografía de ballet del elenco y los diálogos, con bailarines que llegan en el momento justo a decir el parlamento correcto, que incluye la información necesaria para que avance la trama o para ser utilizada en una escena posterior. Los datos biográficos son reordenados privilegiando un dramatismo artificial, porque sabemos que nuestras vidas no son interesantes contadas en orden ni manteniendo los momentos aburridos. Como esos años en los que uno ya había abandonado la facultad y seguía trabajando en la imprenta y no pensaba en el futuro. Ah, pero si saltamos a la escena de "Debería publicar mis cuentos" la cosa cambia. ¡Basta de irte por las ramas, Ignacio!

Nolan le pone un poco más de oficio, que no necesariamente cariño, a su biopic, que por sus momentos conversados algunos en las redes sociales compararon con, justamente, Red Social (David Fincher, 2010). Pero queda a años luz, no solamente porque Nolan no es Aaron Sorkin, con lo bueno y lo malo, sino porque distrae con la aparición sistemática de caras y más caras (® Gustavo Rey) conocidas. Al final parece un sketch de Saturday Night Live con Steve Martin, Martin Short y otro montón de estrellas que justo se encontraban en Nueva York y se ven obligadas a cortar la acción cada pocos segundos para recibir los aplausos de la audiencia. Acá, cabe aclarar, la acción no se detiene.

Robert era un genio. Robert quiso envenenar a su tutor, pero se lo perdonamos porque todavía estaba encontrando su lugar en el mundo (jamás quise envenenar a alguien en la imprenta). Robert termina en la mira del complejo industrial-militar de Estados Unidos porque en diferentes partes del mundo se estaba investigando el poder del átomo y una de esas partes era la Alemania nazi y estamos de acuerdo con que no eran unos buenos tipos. Digo, espero que estemos de acuerdo en ello, esta década se ha vuelto bastante benevolente con esos monstruos. El revisionismo que necesitamos es el de los Aliados, al Eje dejémoslo donde está.

Al igual que con Batman, y en mi personalísima opinión, en pantalla no se refleja lo suficiente el dilema moral de Robert. Si es que lo tuvo, por supuesto, aunque en tal caso tampoco se refleja su ausencia. Como un tren en una película de Misión: Imposible, la carrera armamentista se lleva puesto a Robert y al film, que nos presenta cada descubrimiento científico como un hito a celebrar (dramáticamente), cuando cada uno de esos hitos nos acerca más a Japón. Nación que, dicho sea de paso, está absolutamente lavado en cuanto a sus inocencias y sus culpabilidades. Porque así como las víctimas fatales de las bombas son apenas un número y un cuerpo calcinado (re simbólico), las atrocidades del imperio de Hirohito no se mencionan. Las de los nazis sí, porque gran parte de los genios descubridores son judíos.

Intercalados con la biopic de la aventura de Robert por domar al átomo están unos flash forwards (es decir, escenas futuras) que involucran a Robert Downey Jr. en el papel del político estadounidense Lewis Strauss. Ante la imposibilidad de generar a una figura de peso para contrastar con Oppenheimer en su vida posguerra, es necesario presentarlo en esta primera hora para que la última funcione.

Intercalada con la trama científica está la trama ideológica, que podría resumirse como Robert simpatizaba con los comunistas (y le va a costar carísimo). El guion hace volteretas similares a las del personaje que tiene que atravesar un corredor con rayos láser ("si cruzo me quema") para no alienar a su público, buscando que no se ofendan los estadounidenses de aún-más-a-la-derecha y a la vez no presentar a la izquierda de aquellos tiempos como objetivo de un discurso de odio. El resultado final se queda ahí, cómodamente en el medio, como otros tantos enfrentamientos de ideas de la película.

Cuestión que Oppie arma equipos con actores conocidos, se empareja con actrices conocidas (dos mujeres en una película de Nolan es un montón) y continúa celebrando cada descubrimiento que lo pone más cerca de la bomba atómica, sin mucho cuestionamiento narrativo ni metanarrativo. Y se hace un poco largo porque si fuera una biopic 100% tradicional terminaría con la explosión de la bomba, pero Nolan tiene muchísimo más para contarnos.

La bomba es, desde todo punto de vista, el centro de la historia. Llega para despertar a aquellos que estuvieran cabeceando en la sala y se muestra al mismo tiempo sencilla y deslumbrante. Simple y complejísima. El objetivo buscado y el genio liberado de la botella, con el hongo de humo eclipsando a todas las lámparas de Aladino de la historia del cine. Nolan triunfa en las decisiones más pequeñas, como la de prolongar el delay entre la luz y el sonido, regalándonos dos estallidos en uno. Su bomba no es la de James Cameron en Terminator 2: el juicio final (1991). Su bomba se ve real, se oye real y casi que podría olerse. Es espectacular y majestuosa, mientras que la de Cameron era aterradora, porque el megalómano submarino realmente quería que le tuviéramos miedo a la posibilidad de destruirnos como especie (la culpa era de los robots, pero estos no nacieron de un repollo).

Si van al cine por la bomba, tendrán la bomba. Y quizás se hagan muchas preguntas acerca de la bomba cuando terminen de correr los créditos. Eso nunca es malo. Sin embargo, después de la bomba empieza otra película, que es la que tiene las mejores actuaciones, los mejores momentos dramáticos, y a la vez es la que más se escapa entre los dedos cuando apretás un poquito.

La bomba a la que me refiero, la majestuosa y espectacular, explota en un lugar neutro, aséptico y esterilizado ubicado en medio del desierto. Por supuesto. Nada vemos de Hiroshima o Nagasaki, excepto en los ojos claros de Murphy-Robert, que una vez consumado el hecho y conocidas las cifras de muertos, hace como Batman y pide que destruyan esa tecnología y jura que no la va a usar nunca, nunca más. Como si en Gotham City no siguieran apareciendo supervillanos de abajo de las piedras o en Estados Unidos no existiera la doctrina del destino manifiesto. Pero bueno, ahora que la usamos: bomba mala.

Hablemos entonces del último tercio dramático, que necesariamente tenía que construirse en el primero, porque introducir a Robert Downey Jr. sobre el final sería pintar fuera de las líneas. A propósito, cuando dije que prefiero las biopics excesivas y que asumen riesgos, todo el tiempo estaba pensando en Elvis (Baz Luhrmann, 2022), que además está contada por el malo. ¿Cómo no quererla? Hago un último comentario antes de zambullirme en el desenlace: RDJ está para el Oscar y dudo que se lo arrebaten.

Lewis Strauss es presentado como un aliado de Oppenheimer, aunque no queda claro aliado de qué, porque la bomba ya explotó. Es una persona que le ofrece trabajo, y uno imagina que alguien con la inteligencia de Oppie tendría suficientes ofertas, pero bueno. Capaz que estoy hilando demasiado fino. Esta última parte intercala un durísimo interrogatorio a nuestro protagonista y un sencillo interrogatorio a Strauss, casi un formalismo para ser aceptado en un cargo ministerial. Al primero lo desmenuzan por su pasado filocomunista, mientras que al segundo le preguntan tibiamente por qué le ofreció trabajo a ese filocomunista en su momento (si seguro tenía suficientes ofertas).

Después de casi tres horas de crescendo (a veces literal), la verdadera explosión dramática se encuentra en la resolución de los interrogatorios, y ahí es donde Nolan parece afilar sus garras y prepararse para manipular nuestros sentimientos. Es mi opinión puramente personal que no lo logra y cada segundo que transcurre desde que salí del cine me queda más claro.

Murphy-Oppie responde a los golpes con la misma cara de circunstancia que mostró durante las horas anteriores, mientras que el guion no logra transmitirnos lo terrible que sería que el tribunal fallara en su contra. Se plantea como un momento culminante de su vida, pero no hay nada en el texto ni el subtexto que nos genere tensión. Entre otras cosas, porque acaba de inventar la bomba atómica y, qué quieren que les diga, no hay forma de hacer suficiente penitencia como para olvidarnos de tanta muerte.

De todos modos, Nolan quiere que abandonemos la sala con una sonrisa y nos presenta un giro dramático (si es una vuelta de tuerca, es una tuerquita) que pretende darle su merecido a un antagonista, pero que apenas lo castiga con treinta segundos de vergüenza mediática. Lo conversamos después de que la vean. Y Oppenheimer tiene uno de esos reconocimientos posteriores que tanto gustan en las biopics, pero aquí llega increíblemente rápido y de parte del mismo gobierno al que la trama nos pide que miremos mal, salvo cuando nos pide que miremos bien.

Christopher Nolan tenía un presupuesto holgado, un elenco de lujo y una historia atrapante. Y si bien el sonido es despampanante y tiene algunas escenas para el recuerdo, el freno de mano en temas fundamentales (la ideología política, las armas nucleares, el protagonista epónimo) juega en contra del exceso de caras y de estrellas y de minutos y de cosas. Boom.

4 comentarios:

guillermo amoroso dijo...

¿Vos decís que la bomba quedó en manos de los filo comunistas del FAPIT?

Mc Ferrum dijo...

Oppie

Majo dijo...

Coincido en que el exceso de caras conocidas distrae, me quedaba minutos pensando “¿este quién es?”.
El uso de sonido y música realmente es un punto alto, algunas actuaciones y también maquillaje y envejecimiento.
Una peli poderosa, pero no para todo el mundo… va a ser una pena cuando pase a la pantalla chica.

SofiaRem dijo...

Habrá que verla entonces, con semenejante analisis del film, sin haberlo spoileado y conociendo muy poco sobre la historia de este señor, solo restan disponer de 3 horas para sentarse a ver el film. Sofia.