Cuentos de la Cripta

Eran entre las doce y media y la una de la madrugada. El domingo vacío de actividades había dado paso a un lunes que pintaba similar. Sentado frente a la computadora, me quemaba las pestañas tratando de escribir un capítulo de la radioserie de Star Wars. Luego de un par de horas de enfrentarme a la hoja vacía del word, se me empieza a ocurrir algo. No te digo que me paro en los pedales, pero el texto comienza a fluir. En eso siento un ruidito. Pasa seguido, los vecinos de al lado sí tienen cosas que hacer por las noches, así que es un clásico escuchar su portón. Pero al minuto siento otro ruido, que parecía venir más de cerca. Curioso, me acerco hasta la parte delantera del escritorio en donde estaba escribiendo, y veo a una persona frente a la ventana. Inmediatamente pensé que se trataría de uno de mis amigos, que sabe que estoy hasta tarde en la computadora, y que necesitaría algo. Pero una fracción de segundo después, veo el rostro de un jovenzuelo que no solamente no había visto nunca en mi vida, sino que con sus brazos desconocidos trabajaba una palanca con la que intentaba abrir la ventana. Medio segundo después estaba en el cuarto de mis viejos, despertándolos. Batí todos los records de velocidad. El mozalbete habrá escuchado mis pasos, o mis chillidos de mujer, porque para cuando fue mi viejo, se había ido. Montamos guardia en el frente de la vivienda, y minutos después lo vi pasar por la vereda de enfrente, pispeando. Llevaba una mochila. No me gusta que arrastren por el lodo la fama de las mochilas. No deben ser usadas para cargar instrumentos destinados al saqueo, deben cargar revistas, comics, alimentos, lapiceras, blocks y otros artilugios inofensivos. Horas después me fui a acostar, y por primera vez en años, revisé debajo de la cama.

Nacho
"I need a hero" (Bonnie Tyler, HOLDING OUT FOR A HERO, de Footlose)